Rosalía: En las orillas del Sar

Autor: Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837-Padrón 1885).

Obra: En las orillas del Sar

Fuente: Rosalía de Castro: En las orillas del Sar, Castalia, Madrid, 1990. Edición de Marina Mayoral.




Antonio Barnés, Dios en En las orillas del Sar de Rosalía de Castro from Antonio Barnés Vázquez on Vimeo.


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   Era apacible el día
y templado el ambiente,
y llovía, llovía
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba y yo gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.
   Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!



   Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

   ¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

                   ¡Jamás! ¿Es verdad que todo
               para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

   Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amoroso afán,
y vendrá o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

   Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
         que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

   En el cielo, en la tierra, en lo insondable
            yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

            Mas... es verdad, ha partido
          para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere
cual todo nace, vive y muere acá.

63

   Si medito en tu eterna grandeza,
          buen Dios, a quien nunca veo,
y levanto asombrada los ojos
          hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y mundos...,
          toda conturbada, pienso
que soy menos que un átomo leve
          perdido en el universo;
nada, en fin... y que al cabo en la nada
          han de perderse mis restos.

   Mas si cuando el dolor y la duda
          me atormentan, corro al templo,
y a los pies de la Cruz un refugio
busco ansiosa implorando remedio,
de Jesús el cruento martirio
          tanto conmueve mi pecho,
y adivino tan dulces promesas
          en sus dolores acerbos,
que cual niño que reposa
          en el regazo materno,
         después de llorar, tranquila
         tras la expiación, espero
         que allá donde Dios habita
         he de proseguir viviendo.

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   ¡Oh, gloria!, deidad vana cual todas las deidades
que en el orgullo humano tienen altar y asiento,
jamás te rendí culto, jamás mi frente altiva
se inclinó de tu trono ante el dosel soberbio.

   En el dintel oscuro de mi pobre morada
no espero que detengas el breve alado pie;
porque jamás mi alma te persiguió en sus sueños,
ni de tu amor voluble quiso gustar la miel.

   ¡Cuántos te han alcanzado que no te merecían,
y cuántos cuyo nombre debiste hacer eterno,
en brazos del olvido más triste y más profundo
perdidos para siempre duermen el postrer sueño!

100

I

   Tu (sic) para mí, yo para ti, bien mío
          -murmurabais los dos-
«Es el amor la esencia de la vida,
          no hay vida sin amor» .

   ¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!...
          ¡Qué albos rayos de sol!...
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
          qué horas de bendición!

   ¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza
          en cuanto Dios crió,
y cómo entre sonrisas murmurabais:
         «¡No hay vida sin amor!» 

Páginas de la edición citada de En las orillas del Sar correspondientes a poemas en que aparece Dios o lo divino: 75, 77, 79, 97, 107, 108, 120, 133, 134, 139, 144 (VI), 146 (69), 148 (III), 152, 153, 162 (94), 165 (99), 166 (1), 170 (106).



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