Hermann Hesse: Peter Camenzind

Autor: Hermann Hesse (Calw, 1877-Montagnola, 1962).

Obra: Peter Camenzind.

Fuente: 
Hermann Hesse, Peter Camenzind; traducción de Jesús Ruiz, edición de Luis de Caralt, Barcelona, 1962, pags. 137-138.

... Volví a imaginarlo, con el libro cerrado en las manos, los ojos medio entornados y la expresión pensativa. Estaría envuelto en la penumbra y el silencio mientras nosotros bebíamos, reíamos y nos divertíamos. Recordé mis palabras en Asís, cuando comenté el amor de San Francisco por todos los hombres, por todos los animales de la Creación. ¿De qué me había servido seguir las huellas del santo, llegar hasta su pequeño pueblo de Asís, hablar con sus habitantes, abismarme en sus lecturas y saberme de memoria sus cantos de amor, si dejaba que un hermano mío, un desventurado tullido, se abandonara a sus pensamientos y a su dolor mientras yo me divertía en vez de consolarle?
                Sentí una congoja en el corazón y el dolor y la vergüenza hicieron presa en mí hasta hacerme temblar de excitación. Tuve la sensación de que Dios me hablaba y que con su voz tonante me decía:
                -¡Oh, poeta! ¡Oh, alumno del santo de Umbría! ¡Oh, profeta, que querías enseñar a los hombres el amor, soñador que creías escuchar mi voz en los vientos y en las aguas! Sentías apego a una casa en la que pasabas a gusto las horas, te complacías en buscar los halagos de sus moradores, la alegría de sus niños, el gozo de todos. Y cuando esa casa se llena de dolor, de sufrimiento, de tristeza, huyes de ella y te repugna volver, ¡oh santo, oh profeta, oh soñador!
                Así sonó la voz de Dios en el interior de mi alma. Sus palabras levantaron ronchas de dolor y de inquietud porque eran la verdad que yo mismo no me había atrevido a confesar: la verdad de mi cobardía.

COMENTARIO:

                “Compasión” viene de cum passio, “padecer con”. El protagonista de esta novela, un místico, un buscador espiritual, parece descubrir en este pasaje al Dios cristiano, que lo interpela desde el fondo de su alma y lo confronta con lo que él mismo no puede menos que reconocer como su verdad. “Dios es amor” (1 Juan, 4, 8), pero no hay auténtico amor sin compasión; Él se nos revela, más clara y sencillamente que en cualquier experiencia de tipo extático, en ese impulso interior que nos lleva al lado de los débiles, de los desvalidos, de los seres que sufren; a remediar su dolor si nos es posible, o al menos a mitigarlo, compartiéndolo.

                En cierto modo, todo el relato (verdadero bildungsroman) describe una trayectoria que nos conduce hasta ese descubrimiento, a partir de un comienzo que nos pone ya en la pista de cuál es el objeto de la búsqueda que se nos va a narrar: “Así como el gran Dios inspiraba las almas de los indios, griegos y germanos, vuelve también a inspirar diariamente el alma de cada niño”. Un arranque como este, en una novela surgida en el ambiente cultural alemán de principios del siglo XX (1904 es su fecha de aparición), tan impregnado de influencias tardorrománticas y nietzscheanas, parece apuntar más bien hacia una espiritualidad de corte orientalizante o paganizante, como en efecto ponen de manifiesto las tendencias del protagonista en buena parte de ella; no obstante, su encuentro con la mística franciscana acaba por ofrecerle una vía de reconciliación con la tradición cristiana, reconciliación que, en cierto modo, encuentra un eco simbólico en la vuelta al hogar familiar para hacerse cargo de su padre, anciano y enfermo, y en la dedicación a las tareas de servicio a los necesitados y a la reconstrucción de su propia casa. Las ensoñaciones que habían llenado su infancia y adolescencia y que en su juventud lo habían empujado a viajar por diferentes países quedan, entonces, relegadas a una futura obra literaria, con cuyo anuncio concluye este relato.

Francisco J. Palenzuela


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