"Leí a Machado y era como si alguien que ya no existía me estuviese hablando al oído"

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Con lentitud y autenticidad, Cabanillas [miembro del comité científico del congreso Dios en la literatura contemporánea] ha construido una obra poética que canta lo perdido y añorado: la infancia, el campo andaluz y la capacidad de redención del hombre




Manuel Gregorio González lo vio en la playa de Rota, negro como un tizón y el pelo cano revuelto, y lo describió como mitad faquir mitad profeta. En Sevilla, cuando las primeras y escasas lluvias aparecen, José Julio Cabanillas (Granada, 1958) tiene un aire un tanto desnortado, como de hombre de pueblo recién llegado a la capital. Al fin y al cabo, así es como se define, como un poeta que del campo viene y al campo va. Largo como una besana de la campiña, lento contumaz y católico profundo y sentimental, Cabanillas ha ido construyendo una obra poética sin prisas, "golpe a golpe, verso a verso", como indica el mandato del más grande que, a su juicio, ha dado el idioma castellano: don Antonio Machado. Hablar con él en una cafetería del barrio de Los Remedios es abstraerse de un entorno de hormigón y radio fórmula para adentrarse en un mundo donde las palabras vibran, los muertos te hablan al oído y Dios está presente hasta en los más mínimos detalles. Como poeta es autor de los libros 'Las canciones del alba', 'Palabras de demora', 'En lugar del mundo', 'Los que devuelve el mar', 'Después de la noticia', 'Vigilia: Antología poética' y 'Poemas descalzos'. También ha escrito la novela 'Benzelá' y es traductor de Chesterton y G. H. Hopkins.
-Nació en Granada, pero se crió en Torredonjimeno, Jaén, una circunstancia que ha tenido una especial importancia en su obra.
-Yo nací en Granada porque mis padres se tuvieron que ir del pueblo para buscar trabajo. Nací muy canijo y no comía bien, y en el año 58 los niños se llevaban gordos y hermosos. Me mandaron a Torredonjimeno, a la casa de mi abuelo, porque en el campo había aire puro y mejor alimentación. Estuve allí hasta que volví a Granada a hacer el Bachillerato.


-Decían los jesuitas antiguos: "dame los primeros ocho años de una persona y quedaos con todos los demás".
-Exactamente. Cuando se forma la imagen del mundo de una persona es entre los tres o cuatro años y los ocho o nueve. Fíjese, el poeta más grande que ha dado Sevilla, don Antonio Machado, estuvo muy poco tiempo en Las Dueñas, se fue con siete u ocho años a Madrid, pero toda su obra va a seguir andando de memoria por la galería y los patios de este lugar. Lo que decían los románticos es cierto: el niño es el padre del hombre. Cuando se madura, ya lo único que hacemos es andar para atrás, como el cangrejo. Sólo registramos un pequeño avance cuando llegamos a viejos, porque empezamos a tener ya una memoria más larga. La gente mayor ya no vive tan pendiente de las preocupaciones diarias, y puede permitirse la memoria. Un niño, un viejo y un poeta son la misma cosa.


"LA IMAGEN DEL MUNDO SE FORJA EN LA NIÑEZ. LOS ROMÁNTICOS TENÍAN RAZÓN: EL NIÑO ES EL PADRE DEL HOMBRE"
-Hábleme más de Torredonjimeno.
-Es un pueblo de la campiña de Jaén que forma parte del triángulo donde, probablemente, se cultiva la mejor aceituna del mundo para hacer aceite: Martos, Porcuna y Torredonjimeno. Mi abuelo era veterinario y tenía unos olivares. Su casa era muy grande, porque tenía una almazara, corral, jardines... Aquello era un edén. No es lo mismo que un niño se levante, se ponga un chándal y se vaya a una guardería a compartir mocos, a que se levante y vea un pozo, un níspero y muchas dalias... Oír cantar a los pájaros y ver la luz del sol es impagable.
-Esa casa de la que habla desapareció, algo que ha marcado una parte de su obra.
-Sí, tras morir mi abuela, en el año 88. Fue entonces cuando comprendí que mi infancia había muerto, no sólo espiritualmente, sino carnalmente. Iba en el autobús al funeral y veía los olivares cargados de calor, uno detrás de otro, y eso hizo saltar una chispa, me convertí en un poeta que iba hacia el campo. Hasta entonces yo había sido un poeta, digamos, más vanguardista, pero cuando llegué a Torredonjimeno y vi a mi abuela, fui a la parte de arriba de la casa y escribí el primer poema del que fue mi segundo libro: Palabras de demora, en el que hay una colección de poemas dedicados a mi abuela. De no usarse, la casa se fue arruinando. La literatura sirve para poder andar una casa de memoria cuando ésta ya no existe o cuando ya no puedes entrar en ella, como es el caso de don Antonio Machado. En el fondo la poesía es un lugar donde la hermosura, la verdad y el bien no están separados, están juntos.
-¿Cuáles fueron sus primeras lecturas, sus primeros pasos hacia la poesía?
-Mi padre, que era un hombre sabio, muy sabio, se dio cuenta de una cosa, que cuando sonaba música clásica o flamenco en la radio, el menda lerenda iba corriendo a escucharla. Me mandó al Conservatorio de Granada cuando era adolescente, una época en la vida en la que las personas somos como Frankenstein, porque estamos compuestos de muchos retazos que todavía no se han ahormado, no sabemos quiénes somos. Lo sé bien porque me he pasado años dando clases a adolescentes. Yo sentía que el mundo se me derrumbaba... estudiaba solfeo pero no sabía que la música podía aligerar ese derrumbamiento, desconocía que era un lenguaje del alma. Sin embargo, en mis manos cayó un libro de Machado y me di cuenta de que esas palabras no eran las que había escuchado en la calle, ni en mi casa, ni en los libros del Instituto, porque esas palabras temblaban, era como si oyese a alguien que ya no existía y que me estuviese hablando al oído. Sentí esa sensación casi física de que alguien te está hablando. Entonces me di cuenta de que lo mío era la poesía, algo para lo que me ayudó mucho tener conocimientos musicales.
-¿Y Manuel Machado?
-No es para mí. Don Manuel era un hombre de la gran ciudad, de Madrid, jaranero... yo soy un hombre de campo y metido para adentro, tipo tristón.


-Antonio Machado le llevaría a muchos otros poetas...
-No se crea que a muchos más, porque una vez que lees a Machado... El segundo poeta fue Leopoldo Panero, al que ya casi nadie lee, pero fue un grandísimo poeta.
-Muy estigmatizado por su apoyo al Movimiento...
-Me da igual, ese poeta me emocionó, porque me daba las mismas palabras opacadas de emoción que don Antonio. De ahí llegué a Luis Rosales, que vivía a cien metros de mi casa, y también me marcó un camino, porque me hablaba de cosas que son de verdad, que no son retórica.
-¿Lo conoció?
-No en Granada. Lo conocí ya muy mayor cuando vino a Sevilla a una lectura poética.


"LA LITERATURA SIRVE PARA PODER ANDAR UNA CASA DE MEMORIA CUANDO ÉSTA YA NO EXISTE"
-También ha sido muy importante en su obra San Juan de la Cruz...
-Sí, pero primero fue Luis Cernuda. Cuando decidí que iba a empezar a escribir fue un fin de semana que estaba en casa de mi abuelo, sentado bajo el nisporero, oyendo un rumor de abejas, a las que le gustan mucho las flores de este árbol. Estaba leyendo a Cernuda y, de repente, me doy cuenta de que eso yo también lo puedo hacer. Decido que voy a ser poeta, porque era la única manera de ponerme en claro, de estar acompañado pero estar solo. La poesía es una especie de comparsa de personas que están solas, pero no están solas. Ya estudiando la carrera leí a San Juan de la Cruz y me di cuenta de que el padre de toda esta gente de la que estoy hablando, por increíble que parezca, es un fraile del siglo XVI. San Juan de la Cruz es un milagro, un Jano bifronte que está mirando al pasado -recoge la Edad Media y el Renacimiento- y se proyecta hasta el siglo XX y XXI, y sospecho que así seguirá mientras exista el castellano... Tiene una capacidad de expresar la experiencia de la intimidad del hombre de una forma que yo no he visto en nuestro idioma. El Cántico espiritual me lo sé de memoria, de cabo a rabo, y de atrás para delante.
-Dicen de usted que es lento escribiendo.
-Eso no es sólo un rasgo de mi literatura, sino de mi personalidad. Yo soy muy lento para todo. De hecho, en mi familia se llegaron a preguntar si tenía algún tipo de retraso. Soy así y ya está, y me temo que eso es un rasgo que han heredado algunos de mis hijos. De todas maneras, la literatura es una cosa lenta, porque trabaja con símbolos, y un símbolo es algo que tiene que ver con el hombre y la tierra, y eso tarda mucho en formarse. La poesía siempre ha sido de floración lenta, como un árbol. Muchos poetas jóvenes escriben hoy como con pantallazos, lo quieren todo y lo quieren rápido, a mí me generan un poco de estrés. Eso tiene mucho que ver con que se ha perdido todo contacto con la naturaleza. Se ha arrancado al hombre de las fuentes nutricias y ya no tiene noción de las estaciones, ha perdido la inteligencia simbólica y ya todo es la pura vertiginosidad del instante.
-¿Es usted un poeta católico?
-El poeta no debe tener adjetivos. El sujeto José Julio Cabanillas sí es católico practicante, algo que es normal que aflore cuando escribo. No creo en la poesía como instrumento de proselitismo. Cuando un hombre es poeta, al final, termina encontrándose con lo sagrado, aunque sea ateo.
-Como traductor ha trabajado con Chesterton y G. M. Hopkins, dos autores de la tradición inglesa católica. Empecemos por el primero. ¿Qué tiene Chesterton que tanto ha atraído a las últimas generaciones?
-Como dijo Borges, una página de Chesterton es un regalo y una alegría. Cuando lo leí por primera vez en la carrera me di cuenta de que era maravilloso: ese hombre estaba jugando, riéndose y gozando con el pensamiento. Era un pensamiento que brotaba de la alegría. El poeta triste y elegíaco que era Machado se me compensaba con Chesterton. Me encontré con alguien que te enseñaba a mirar el mundo con alegría, no como pérdida. Tengo un amigo que padece depresiones y le recomendé que leyese a Chesterton... Desde entonces, su mujer me está agradecida.
-Usted coordinó la traducción de 'Lepanto y otros poemas', editado por Renacimiento.
-Chesterton tiene dos registros, el más clásico y sublime, que es fácil de traducir; y el vulgar, para el que hay que ser un experto en lengua inglesa, como hay que ser un entendido en lengua española para traducir Luces de Bohemia, donde está todo el argot del Madrid de los años 20. Para esta segunda labor conté con Enrique García-Máiquez, que tiene unos poemas llenos de garbo, de vuelo airoso, manuelmachadiano. Después también se unieron Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza. El libro salió muy bien. Es algo misterioso, porque los idiomas se fecundan como las palmeras, a distancia, y un idioma como el español, que tiene una tradición muy antigua, necesita también renovarse, y la mejor manera es traducir a los clásicos y a los contemporáneos valiosos, porque eso ensancha los límites del idioma, le obliga a decir cosas nuevas desde otra mentalidad.


"LA POESÍA ES DE FLORACIÓN LENTA, COMO UN ÁRBOL. MUCHOS POETAS JÓVENES LO QUIEREN TODO Y MUY RÁPIDO"
-El otro autor es G. M. Hopkins, un sacerdote jesuita de las segunda mitad del XIX.
-Hopkins es el poeta más extravagante y libre, junto con Shakespeare, que ha dado el idioma inglés. Quizás por eso ocupa un lugar tan excéntrico. Es muy difícil de entender, de traducir y, a veces, de asumir. Pertenecía a una familia bien inglesa y, por tanto, a la Iglesia anglicana. Sin embargo, en la universidad conoció al cardenal Newman, cuya influencia llegó a gente como Tolkien, C. S. Lewis, Waugh... Exigía mucha valentía, como la que tuvo Hopkins, para decirle a tu familia que te habías hecho católico, algo que producía incomprensión y te cerraba muchas puertas... Pero además se hizo jesuita, una orden que tiene un voto especial de obediencia al Papa, con lo cual la valentía rayaba el suicidio.
-Al menos en España es un autor muy poco conocido.
-Escribió muy poco, pero magistralmente. Estaba convencido de que la grandeza de Dios no estaba sólo en los espacios siderales, ni siquiera en la conciencia humana, sino en las criaturas más pequeñas. Era una especie de franciscano rarísimo. Se pasó toda su vida investigando las nervaduras de la hoja de un árbol y, dentro de esa nervadura, la textura, los colores y las vibraciones de la luz. Porque, el mundo microscópico puede ser más grande que el universo exterior, y puede reflejar la hermosura infinita de Dios. Sus poemas eran rarísimos y no se atenían a la métrica tradicional inglesa. Se componen de palabras que se van golpeando las unas a las otras, creando unos ritmos extrañísimos que traducidos al español son un disparate... a mí me costó muchísimo trabajo.
-¿Por qué se metió en esa tarea?
-Porque desde que era chico, al ser muy lento, era también muy minucioso en la observación. Soy como una especie de japonés que dedica muchas horas a fijar el detalle último. Cualquiera que lea mis poemas se da cuenta de que estoy influenciado por Hopkins.
-¿Cuáles son, a su entender, las líneas principales de su poesía?
-La infancia, y por lo tanto el campo andaluz; la pérdida de la infancia, y por tanto de la inocencia; e intentar reconstruir lo que se ha perdido pero sabiendo que el hombre es susceptible de, por muy canalla que sea, ser redimido, que puede ser perdonado y de perdonar.
-Una idea muy cristiana.
-Sí. Los hombres no somos capaces de perdonar porque no somos capaces de olvidar y, por lo tanto, el infierno sigue en pie. Pero hay quien dice que cuando Dios perdona, olvida y, por lo tanto la afrenta deja de existir. Si Dios olvida la historia comienza de nuevo.

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