El creyente es capaz de decir yo creo dirigiéndose solo a su propia conciencia. Pero cuando el ateo dice yo no creo se dirige siempre a un público.

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Enrique Jarciel Poncela: La tournée de Dios.

El ateo da risa y da lástima, como da risa y da lástima el hombre que asegura «no necesito de nada ni de nadie para vivir»; y como el que afirma: «yo no me enamoro nunca»; y como el que dice: «no he estado enfermo jamás»; y como el que declara: «no he jugado nunca, ni me he emborrachado nunca, ni he sido nunca infiel a mi mujer». Cómo dan risa y dan lástima —en fin— todos los fatuos, todos los engreídos, todos los que presumen de algo. No existe un solo ser que no atraviese por instantes de debilidad; no hay un solo hombre que se baste a sí mismo; el individuo más encopetado se ve obligado un día a esconderse debajo de un diván; el emperador más poderoso, el apóstol más puro, el genio más universal, sufre alguna vez un cólico que le obliga a pasarse toda la noche gimiendo y revolcándose en sudor frío. El hombre es una pobre criatura inerme y, sin embargo, cada vez es más soberbio y está más orgulloso de sí y prescinde más de todo apoyo y se siente más autónomo. Es posible que Dios no sea necesario para vivir. Dios no va a influir, naturalmente, para que triunfe un credo político o para que un ejército venza a otro, o para que un ciudadano gane una oposición a la Beneficencia Municipal. Dios no va a influir para que a un niño se le cure la tos ferina. (Eso no lo creen más que cuatro viejas de esas que se arman un lío para cruzar las calles). Pero cuando todo se hunde alrededor de uno, cuando se advierte la soledad en que se vive, cuando se percibe la inmensa inanidad de la existencia, entonces ¿a quién se va a volver los ojos? ¿A Carlos Marx? ¿Al presidente del Sindicato de la madera? ¿Al doctor Marañón? ¿Al obispo de Canterbury? ¿Al director de Izvestia? Y no me digáis que hay hombres que no atraviesan por esas crisis desoladoras. Porque los hombres están construidos «en serie», como los automóviles Chevrolet, y solo se diferencian de ellos en que no tienen piezas de repuesto. Si el creyente es un farsante, el ateo lo es muchísimo más. El creyente es capaz de decir yo creo dirigiéndose solo a su propia conciencia. Pero cuando el ateo dice yo no creo se dirige siempre a un público. La Humanidad le ha vuelto la espalda a Dios y, desde entonces, anda más desquiciada que nunca. Pero al decir que la Humanidad le ha vuelto la espalda a Dios, uno no acusa a la Humanidad de haber dejado de darse golpes de pecho, ni de haber olvidado el agua bendita o el ir a misa o el rezar ante un Cristo… De lo que uno acusa a la Humanidad es de haber abjurado de todas sus cualidades espirituales. Que es lo mismo que decir «divinas».

La Humanidad, al sacudirse el suave yugo del espíritu, ha caído bajo el yugo implacable del Destino. ¿Dónde está la resignación? ¿Dónde está la humildad? ¿Dónde está la confianza en sí mismo? ¿Dónde está la serenidad? ¿Y la alegría por la alegría? ¿Y el esfuerzo individual? ¿Dónde está el concepto riguroso del deber? ¿Y el no esperar más de lo que puede esperarse? ¿Dónde está —en fin— la sencillez? No se sabe dónde está, pero la verdad es que todo eso ha desaparecido del planeta.
La Humanidad, desatada e impúdica, perdida la confianza en sí, sin concepto ya del deber, engreída, soberbia y fatua, llena de altiveces, dispuesta a no resignarse, frívola y frenética, olvidada de la serenidad y de la sencillez, ambiciosa y triste, reclamándole a la vida mucho más de lo que la vida puede dar, desposeída de esa alegría por la alegría que es el único camino de la dicha, corre enloquecida hacia la definitiva bancarrota. Ya no hay un hombre que no proteste de algo: de que los políticos lo hacen mal, de que el camarero eche el café fuera del vaso, de que haya que circular por la derecha, de que la tinta de los periódicos manche, de que el camisero le pase una factura a últimos de mes, de que el sastre le mande la suya el día primero, de que los novios se besen, de la organización general del Estado, de la trata de blancas, del Ayuntamiento, del clima, de las leonas de Laplace. Todo molesta, todo fastidia, todo crispa. Se es brusco. A derecha e izquierda encuentra uno gentes que están a disgusto con su destino, que desdeñan lo que han logrado, que desean lo que no tienen y que, en el fondo, querrían que nadie tuviese nada. Se respira descontento, se vive en plena desadaptación. Todos los nervios están a flor de piel. Se ha arrumbado la amabilidad. Hablar es discutir. Discutir es pegarse. Se opina con el bastón y se razona con la browning.
La palabra derecho sale de todas las bocas. «Yo tengo derecho».—«¿Con qué derecho?».—«Defiendo mis derechos».—«¡No hay derecho!».—«Estoy en mi derecho». Perdida la confianza en sí mismo y en decadencia la virilidad, el hombre ya no lucha; pide. Y si le es posible, exige. Y si se encuentra en condiciones, quita. Nadie, cuando se trata de prosperar, piensa ya en multiplicar su actividad, ni en aumentar sus conocimientos, ni en poner en juego las condiciones —innatas o adquiridas— de que disponga para el combate del Mundo. El individualismo duro y heroico de otros tiempos ha sido sustituido por un colectivismo blando, cómodo, femenino y fácil. Y cuando se trata de prosperar, el hombre actual busca el apoyo de los demás hombres que están en su caso, organiza un Sindicato y se dirige a los Poderes Públicos pidiendo esto o aquello. ¿Acceden los Poderes públicos a la petición? A vivir hasta que llegue el momento de pedir otra cosa. ¿No acceden a la petición los Poderes Públicos? Pues el hombre que deseaba prosperar y sus compañeros de ansias y de Sindicato se echan en brazos del sabotaje y se lían a tiros con la Policía. A esto lo llaman los periódicos «el problema social». Al hombre se le ha sustituido por «el partido»; la dignidad humana se ha trocado en «el triunfo electoral»; el libre albedrío se ha convertido en «la sociedad de resistencia»; el individuo ha pasado a ser «la masa»; y la iniciativa personal se ha transformado en «el Comité». El hombre, que se ha vuelto cobarde para afrontar la vida él solo y de cara, se ha vuelto valiente para hacerse pistolero en pandilla. Todos creen tener razón en un momento histórico que se caracteriza, precisamente, por la falta de razón de todos. Todos amenazan: el obrero con la huelga, el Gobierno con los fusiles, el patrono con el despido, el hijo con el abandono, el padre con el Reformatorio, la hija con la fuga con el novio, la esposa con el divorcio, el marido con irse al extranjero, el catedrático con el suspenso y el alumno con no entrar en la clase y romper los bancos. Cada cual es rey de sí mismo y aspira a ser emperador de los demás.


Comentarios

  1. Asombroso: el pesimismo, el tono dramático y la retahíla de lugares comunes acumulados en este articulo. Esa amargura que destila este texto es desgraciadamente muy frecuente entre los adeptos de la religión ya que la inevitable decadencia de sus planteamientos espirituales les impide por completo comprender y apreciar los innegables valores inherentes a la evolución de las sociedades humanas. Nuevamente me es imposible desarrollar mis argumentos en este espacio de comentario. Fuera del ámbito religioso hay MUCHO MAS que "ateo que da risa y lastima", hay seres espirituales con una visión mucho mas justa de lo que es la espiritualidad humana, esa que las religiones mantienen secuestrada. La humanidad NO LE HA DADO LA ESPALDA A DIOS sino a una determinada y caduca "IMAGEN DE DIOS" desacreditada por doctrinas sectarias. " ¿Dónde está la resignación? ¿Dónde está la humildad? ¿Dónde está la confianza en sí mismo? ¿Dónde está la serenidad? ¿Y la alegría por la alegría? ¿Y el esfuerzo individual? ¿Dónde está el concepto riguroso del deber? ¿Y el no esperar más de lo que puede esperarse? ¿Dónde está —en fin— la sencillez? No se sabe dónde está, pero la verdad es que todo eso ha desaparecido del planeta" Al leer eso se pregunta uno ¿Donde vive este hombre? ¿Sentado permanentemente delante de la televisión? Lo malo abunda pero lo bueno es SIEMPRE ASOMBROSAMENTE MAYORITARIO, por eso la evolución sigue imparable: lo bueno prospera siempre, lo malo degenera y desaparece.Tarde o temprano, todo vuelve a su cauce ya que de no ser así, dado el sumo grado de ignorancia y de locura que pueden efectivamente alcanzar algunos seres humanos la humanidad hubiera desparecido hace tiempo. Pero me consta que no es así.

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